El nitrógeno es uno de los nutrientes indispensables para el crecimiento y productividad de cualquier cultivo, se lo puede considerar como el principal factor de producción de los cultivos después del agua. En el suelo es muy común que no esté presente en la cantidad adecuada para suplir las necesidades del cultivo.

Para compensar la deficiencia, se recomienda la utilización de fertilizantes nitrogenados en la cantidad adecuada. Estos fertilizantes pueden ser divididos en orgánicos y químicos. Los orgánicos pueden ser: estiércoles, abonos verdes (por ejemplo, leguminosas), compostas (a partir de la fermentación de compuestos orgánicos); aguas negras y sus derivados, efluentes de biodigestores.

Por otro lado, los fertilizantes químicos tienen como fundamento la síntesis artificial del amonio. Estos pueden ser los abonos nitrogenados como la urea, nitrato amónico, nitrosulfato, soluciones de amonio y urea, que van a estar divididos según la manera de liberación. Los de liberación lenta pretenden minimizar las pérdidas en el momento de la absorción del nutriente. Los estabilizados pretenden que el nitrógeno permanezca más tiempo en el suelo y reduce, por ejemplo, procesos de lixiviación.

La elección del tipo de fertilizante adecuado a cada situación requiere un análisis del tipo de suelo, condiciones meteorológicas, tipo y estructura del cultivo, momento y forma de aplicación. Esto es esencial para ahorrar costos de producción a la vez que permite el mejor rendimiento y preservación del suelo. Estos principios básicos pueden guiarnos para elegir, pero lo recomendable es realizar un análisis de suelo que determine cuál es el mejor tipo de fertilizante para nuestra tierra y cultivo.

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